Un malón cambió la suerte del pueblo

El 20 de noviembre de 1868, La Paz fue devastada por un violento malón nativo. Su población fue seriamente diezmada, registrándose cientos de muertos, campos incendiados, innumerables cabezas de ganado robadas y el cautiverio de decenas de mujeres secuestradas, algunas de las cuales lograron escapar, mientras que otras se convirtieron en consortes de sus raptores.La Paz no solo fue históricamente la puerta de ingreso a Mendoza, condición natural por la frontera geográfica del Río Desaguadero, sino que además fue el nexo ineludible para el tránsito entre Buenos Aires con las ciudades chilenas y puertos del Pacífico.
Esto determinaba el preponderante valor de la Posta de Corocorto y la estratégica posición de todo el poblado, convirtiendo a la villa en un lugar de extraordinaria importancia para la economía y política mendocina, pero sobre todo para todo el Este provincial, que giraba en torno al desarrollo comercial proveniente del Desaguadero.
Ya en 1628 existía una reconocida «reducción» cerca del Desaguadero (la futura Villa de San José de Corocorto) llegando a tener a comienzos del 1700 más de 200 habitantes.
Las bondades del Desaguadero, cuyas laderas eran productivos alfalfares, se convirtieron en el lugar imprescindible para los asentamientos de los arreos ganaderos que marchaban a Chile. Pero también la recaudación de impuestos «por peaje» sobre quienes ingresaban a Mendoza hacía de la zona un sitio relevante por lo que representaba para las arcas provinciales la fuente de ingresos aduaneros.
El florecimiento de la villa (desde el 4 de agosto de 1850 denominada La Paz), determinó un vertiginoso crecimiento de la región, convirtiéndose en uno de los pueblos más importantes de Mendoza. Pero dicha pujanza comenzó a diluirse por los permanentes malones que amenazaron la villa y sus pobladores, siendo el más significativo el encabezado por los caciques ranqueles Mariano y Epumer Rosas al frente de 3000 nativos que prácticamente arrasó La Paz en 1868, secuestrando casi todo lo que encontraron a su paso.
Una crónica de diario mendocino El Constitucional del 12 de diciembre de 1868, sostiene: «La villa de La Paz ofrece actualmente el triste espectáculo de un pueblo cuyos habitantes se encuentran desnudos, sin cama i sin tener qué comer. Los indios han robado todo, i lo que no se han podían llevar ha sido quemado por ellos mismos. Muebles, útiles de mesa i cocina, al extremo de no encontrarse una olla, un plato o una cuchara”. La crónica también detalla que «fue una invasión de salvajes i de gauchos ladrones’; demostrándose la presencia de bandidos criollos «capitanejos”; que acordaban con los nativos para hacerse de ganado, mujeres y bienes, y posteriormente comerciarlos en Chile, aprovechando el conflictivo momento político provincial (Revolución de los Colorados), motivado por el constante enfrentamiento entre unitarios y federales.
Una consecuencia directa de aquel malón fue el traslado de la villa cabecera (Villa Antigua) a la actual sede departamental (noviembre de 1882) y la creación de la Fortaleza del Este.
Pero además, una muestra evidente del perjuicio económico y social ocasionado al departamento paceño, se puede corroborar en el análisis sobre el decrecimiento de su población, según consta en los Censos Nacionales de 1869, cuando presentaba una población de 3.057 habitantes (uno de los más poblados de Mendoza) y el Censo de 1895, retrocediendo a 2.623 habitantes. Tal depresión demográfica se podrá justificar por los permanentes ataques de nativos con la tendenciosa estimulación de inescrupulosos comerciantes “blancos».
La triste situación generó, prácticamente, el total arrasamiento del poblado, implicando un cambio de lugar de la villa y el lógico pánico de los vecinos, que ante los hechos emigraron a zonas vecinas, explicando el geométrico crecimiento demográfico de Santa Rosa y Rivadavia, confirmados como departamentos autónomos recién en 1884 (mucho después que La Paz), pero que según el Censo Nacional de 1895 contaban con 2.ll59 y 7.036 habitantes respectivamente.

“Adelante, Maestra», Fidela Ferreira de Amparán

Fidela Ferreira provenía de una familia de maestros. Hija del matrimonio de José María Ferreira y Vivian Glow (irlandesa), que fue asentada en su ingreso al país como Bibiana Slope (para muchos López), casada en primeras nupcias en San Luis con un tal Fernández, quien también había fallecido como víctima de un malón, contrayendo en La Libertad (Rivadavia) nuevamente matrimonio con José María.
Bibiana Slopes ostentaba una gran cultura y sólida formación docente, convirtiéndose en la primera «preceptora» (maestra) de Rivadavia. En un primer momento dictó clases en su casa, hasta que los vecinos construyeron una escuela en 1848. El funcionamiento de dicha escuela no estaba registrado en ningún organismo educativo oficial y dependía exclusivamente del aporte de los vecinos de la zona. En materia educativa, todo quedaba librado al criterio de ella, quien en base a un gran bagaje cultural, extraído de su aristocrática familia, regía los destinos del establecimiento siguiendo normas elementales basadas en seis materias: Lenguaje y lectura; Aritmética y Geometría; Física y Química; Historia y Geografía; Religión, y Canto:
Al amparo de esa familia se educó Fidela, agregando a su formación una fuerte concepción cristiana, tal es así que de la familia Ferreira se desprenden el fray mercedario Avelino Ferreira Ortiz, Pablo Ferreira Puebla, José Márquez Ferreyra, Jorge Barrera Ferreyra, Abel Chaves Ferreira, Nolaseo Oro Ferreira y Heriberto Ferreyra, además de los docentes Leonor Ferreyra y Julio César Ferreyra.

Las Escuelas Fiscales

Después del devastador terremoto de 1861, Mendoza debió ser reconstruida en su totalidad. Carlos González, gobernador provincial (1863 – 1865) recibió una partida de $ 11.500 de la Comisión Filantrópica de Buenos Aires a modo de donación, para tratar de paliar los daños del sismo. Con buen criterio, el Gobernador destinó el dinero a la construcción de veintitrés escuelas. Por decreto del 19 de abril de 1864 dispuso el surgimiento de los establecimientos bajo la denominación de «Escuelas Fiscales”: Entre ellas, 6 escuelas estarían ubicadas en la zona Este, siendo nombrado Benjamín Lenoir, cuñado de Domingo Faustino Sarmiento, como Inspector de Escuelas Fiscales.
Las escuelas se multiplicarán, y a las recientemente creadas, se sumarán treinta y cuatro escuelas oficiales y seis particulares en 1865. Fidela será designada en una de esas escuelas en 1866 como preceptora de niñas. Y ya casada con el «vasco» Amparán, partirá a su nuevo e ingrato destino: la vieja escuelita de Villa Antigua, hoy la vigente Escuela Nº 1 -181 Juana de Jesús Aguirre de Quiroga.

El trágico final de Fidela

El malón de 1868 devastó Villa Antigua, cobrándose varias vidas y secuestrando a gran cantidad de personas. En un informe oficial el Subdelegado del lugar, Nicomedes Ponee, informó al gobierno provincial sobre el lamentable estado de situación. La nota detallaba las pérdidas materiales, incluyendo el nombre de víctimas y el gran número de mujeres y niños tomados como cautivos, entre los que se encontraba Fidela Ferreira de Amparán.
Nunca se supo nada más de Fidela, que al momento de su secuestro rondaría los 25 años, y cuyo rastro se perdió en alguna toldería ranquel de San Luis o quizás, La Pampa, siendo codiciada —seguramente— presa de algún cacique, deslumbrado por la juventud y tez blanca de la maestra.
Siguiendo con las desventuras paceñas, el subdelegado municipal informó al gobierno escolar, la imposibilidad de tomar exámenes finales, “ya que la maestra fue llevada cautiva por los indios». Trágico y lapidario final para la maestra de La Paz: Fidela Amparán, la docente que sucumbió cumpliendo el llamado vocacional.
En la actualidad el Instituto de Educación Superior de La Paz, recuerda con su nombre la memoria de una mujer que honró con su vida la loable tarea de enseñar.
El tiempo quiso que Fidela fuera rescatada por el padre Burela, aquel amigo de Roca que pactó con los nativos la recuperación de diecisiete cristianos. Fidela recompuso su vida lejos del este mendocino; lejos de aquel vasco Amparán, casi 30 años mayor que ella. Cambió su nombre por el de Felipa y se reinsertó a la vida social en San Antonio de Areco, con nuevo amor y un renovado acento ranquel.
Pero esta será una historia para el 14 de febrero.

Prof. Gustavo Enrique Capone

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