Pablo Pineda se pasea por la vida sin complejos. Lleva en su maleta un estuche de simpatía, un neceser de espontaneidad y un botiquín de optimismo. Charlar con este malagueño de 40 años es como recibir un chute de energía y vitalidad.
Pineda: «Tengo síndrome de Down y a mucha honra»
Pablo Pineda no tiene pelos en la lengua. Tampoco le da miedo llamar a las cosas por su nombre. Tiene síndrome de Down y lo dice alto y claro sin eufemismos, disfraces, ni medias palabras: «No hay que acomplejarse de nada. Tengo síndrome de Down y a mucha honra. Estoy contento con lo que soy. Es importante que estemos orgullosos de lo que somos. No tenemos que compararnos con nadie».
Recién llegado a Madrid en el AVE desde su Málaga natal, Pineda conversa animadamente en el taxi y salpica la charla con bromas y carcajadas. Ha derribado muchas barreras a lo largo de su vida. Tuvo que luchar para estudiar en una escuela pública, siguió peleando para continuar cursando Bachillerato y volvió a batallar para poder matricularse en una universidad.
Peldaño a peldaño, se ha convertido en el primer diplomado europeo con síndrome de Down y ganó la Concha de Plata como mejor actor por la película ‘Yo, también’. Ahora trabaja para la Fundación Adecco donde imparte charlas de formación para sensibilizar a las empresas con el fin de que contraten a personas con discapacidad.
Pero, ¿qué puede ofrecer una persona con síndrome de Down a una empresa para que le contraten? En la sede de la Fundación Adecco en Madrid, Pineda desgrana con pasión las virtudes que les hacen diferentes: «Aportamos mucha empatía porque nos ponemos siempre en la piel del otro y también alegría porque solemos estar contentos. Somos muy sacrificados y nos adaptamos a cualquier cosa. Además, somos muy metódicos y eso da mucho a la empresa».
Pineda sabe que aún no ha terminado su lucha. Sigue estudiando psicopedagogía y está a punto de convertirse en licenciado. Paradójicamente, uno de los problemas con los que se topó a la hora ingresar en la Universidad fue que su nivel de inteligencia era superior a los baremos establecidos para las personas con discapacidad.
«Me costó mucho entrar. Para ingresar me exigían un 60% de minusvalía y yo tengo un 33%. Un catedrático me ayudó, pero tuvo que resolver muchos problemas burocráticos», afirma.
«¿Soy tonto?»
Todavía se acuerda de aquel profesor que cuando tenía seis o siete años le dio la noticia. «Me dijo que tenía síndrome de Down y que si sabía lo que era. Yo le dije que sí, pero no tenía ni idea. Y le pregunté: ‘¿Soy tonto?’ Pero él me contestó que no y que podía seguir estudiando. No me di cuenta de lo que suponía hasta muchos años después».
Ésa es precisamente una de las claves de su éxito: haber podido estudiar en una escuela pública. «Los centros de educación especial son producto de otra época cuando los niños con síndrome de Down eran algo que había que esconder. Considero que no es bueno crear guetos porque aíslan. Soy partidario de que los niños con síndrome de Down vayan a la escuela pública, donde se interactúa con gente diversa y hay un aprendizaje mutuo».
Otro de los secretos de su triunfo ha sido su familia. Nunca le sobreprotegió ni le puso límites ni le trató como a un niño. «Me dejaron ser autónomo. Me enseñaban, me estimulaban y me exigían al máximo. Siempre confiaron en mí y en mis posibilidades. Ahora pasa lo contrario y hay un control excesivo sobre los niños. Creo que es bueno que vayan solos y se espabilen».
De hecho, cuenta la anécdota de que a la salida del colegio sus padres le dejaban volverse solo y coger dos autobuses para llegar hasta su casa. Sin embargo, a veces le espiaban para ver cómo reaccionaba y le seguían de cerca sin que él les viera.
En su vida, sólo tiene un pero: le gustaría echarse una novia. «¡Claro que nos gustan las chicas!. La afectividad y la sexualidad es un tema tabú para las personas con síndrome de Down. No somos de piedra ni seres asexuados», se confiesa. Pineda admite que, a veces, es tan espontáneo que espanta a las chicas: «Yo se lo digo: ‘Estoy enamorado de ti’ y se asustan. Hay miedo al qué dirán y, luego, muchas sólo ven nuestro lado tierno. Somos los eternos amigos, pero no pasamos de ahí», se queja con sentido del humor.
Otro de sus hándicaps es que estudió Magisterio, pero no puede ejercer de profesor. «La ley es ambigua en este sentido y depende del grado de capacidad de la persona. Pero hay una gran barrera social. Muchos padres de niños no aceptarían que les diese clase un maestro con síndrome de Down», se lamenta.
Su historia es la crónica de una superación. Pineda es consciente de que se ha convertido en el espejo en el que se miran cientos de personas y no quiere defraudarlas. Por este motivo, pretenden seguir luchando para que la integración se convierta en el futuro de la sociedad.
Fuente: El Mundo