El CENS ubicado en un contexto urbano-marginal, atiende a una población de 120 estudiantes con edades entre 18 y 65 años. En el aula múltiple de ciclo básico de nivel secundario del turno tarde se encuentra una estudiante de 24 años con ceguera congénita, quien está cursando su primer experiencia en un entorno educativo formal para obtener título de nivel secundario.
La institución cuenta con un plantel docente comprometido, pero los docentes manifiestan que no poseen los conocimientos suficientes en educación inclusiva, lo que se suma a la falta de recursos específicos, como materiales en braille o dispositivos de apoyo. Los docentes han expresado la necesidad de formación, mientras que la estudiante ha manifestado sentirse limitada en su participación en actividades debido a la inaccesibilidad de los materiales y metodologías utilizadas.
La alumna muestra gran disposición al aprendizaje y ha encontrado apoyo emocional entre sus compañeros, quienes intentan ayudarla cuando pueden. Sin embargo, los docentes se enfrentan al desafío de adaptar contenidos en un aula con alta rotación de estudiantes y heterogeneidad de edades y niveles educativos.
La directora ha intentado gestionar materiales accesibles mediante contactos con organismos educativos, pero no ha logrado una solución concreta. Además, se evidencian tensiones internas en el equipo docente, ya que algunos sienten que las adaptaciones específicas podrían sobrecargar su tarea en un contexto ya demandante.
Ante esta situación la estudiante le manifiesta a una de las docentes en cambio de funciones que está pensando en dejar de asistir, que “siente que no avanza” y que “no tiene sentido que siga perdiendo el tiempo”.
La Tutora, preocupada por la situación se acerca a hablar con el Director. Cuando relata todo lo sucedido el Director le responde que “probablemente sea lo mejor que la estudiante deje de venir ya que ellos no tienen las condiciones para enseñarle”.