El desierto mendocino

La principal actividad productiva del desierto es la ganadera extensiva y sujeta a prácticas laborales tradicionales de naturaleza artesanal. Su carácter extensivo está basado en el pastoreo «a campo abierto». Predomina el ganado menor- el «chivito», pero hay áreas donde es también importante el ganado vacuno.

 Esquema de Contenidos

  • El contraste entre la Mendoza artificial y la Mendoza natural.
  • La degradación progresiva de los habitantes del desierto.
  • La ganadería como actividad económica principal del desierto.
  • La vida cotidiana del puestero.
  • Las fiestas religiosas de las zonas áridas.
  • Ingeniería folklórica: formas de obtención del agua.

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Sinopsis

La principal actividad productiva del desierto es la ganadera extensiva y sujeta a prácticas laborales tradicionales de naturaleza artesanal. Su carácter extensivo está basado en el pastoreo » a campo abierto». Predomina el ganado menor- el «chivito», pero hay áreas donde es también importante el ganado vacuno.
Las características arquitectónicas del desierto son: el puesto, integrado por la casa de una o más piezas, rodeado por una galería sostenida por gruesos troncos o, eventualmente, columnas de adobe. Adobes, ramas secas o postes unidos por barro son el material de las paredes, y el techo se monta sobre troncos, apoyados en una solera, que sostienen ramas secas o cañas en abundancia, impermeabilizadas con barro. A los pocos metros se encuentran los corrales.
El habitante del desierto debe buscar el acceso a los recursos hídricos y la forma de mejorarlos. En algunos casos recurre a objetos exógenos, como por ejemplo, la canaleta perimetral, los tachos de lata y, más raramente, los caños surgentes. Pero donde es dable encontrar llamativas muestras de creatividad y originalidad, es en los procedimientos endógenos, tales como la recurrencia a la energía humana y animal, la autoconstrucción de accesos al agua, etc. Todo esto ha dado origen a una original «ingeniería folklórica»

Oasis y Desiertos

La inmensa mayoría de los mendocinos -alrededor del 96%- reside en una pequeña porción del territorio, algo menos del 4% de la superficie total: los oasis instalados y desarrollados por el propio hombre como resultado de dominar y canalizar el recurso hídrico brindado por los escasos ríos de origen montañés. En un ámbito natural con apenas 200 mm. de lluvia anuales, habitualmente concentrados en verano, el manejo de ese recurso fluvial equivale -en términos de rendimiento agrícola- a 600 ó 700 mm. anuales distribuidos a lo largo del año: un enclave húmedo en el contexto árido.

De allí, como queda dicho, que en ese apenas 4% del territorio esté concentrado el 96% de la población, con todas sus derivaciones en materia de desarrollo: productividad económica de alta rentabilidad, diversificación productiva, industrialización avanzada, urbanización, creatividad cultural múltiple, conectividad vial, transporte de tecnología actualizada, altos niveles de educación, actividad política, desenvolvimiento institucional, indicios de posmodernidad, informática, diarios, radio, televisión, Internet. Este 4% del territorio, pues, fue y es en términos generales, el escenario del protagonismo histórico mendocino, el epicentro de las decisiones políticas y económicas, el espacio de los movimientos sociales relevantes.
Fuera de los límites de tales oasis artificiales está la Mendoza «natural», que en realidad no lo es tanto pues se trata (como veremos) de una naturaleza degradada: hostiles espacios secos, ajenos a los procesos de desarrollo, con escasas y raleadas minizonas de avara humedad. En parte -hacia el oeste- el territorio es montañoso, detalle que al ofrecer atractivos turísticos aminora la percepción de su aridez.
Hacia el este se extienden las llanuras-el monte, la payunia, norpatagonia- portadoras de vegetación xerófila y alófila que se alterna con médanos rasos, amplios peladales y relictos de antiguos bosques que hasta no hace mucho cubrían buena parte de la zona, ya que el algarrobo extiende sus raíces hasta la napa freática, por lo que se da y subsiste con éxito, mientras no se tale, en áreas de escasez fluvial y pluvial. Tales llanuras resultan inaptas para la agricultura y apenas toleran un sufrido ganado, preferentemente menor. En este 96% del territorio vive- y sobrevive- el 4% de la población provincial: el «puestero».
En lo hídrico el oasis resulta ser una ávida esponja que reserva para sí-para el riego de sus campos, para el insumo de sus industrias y para el consumo de sus habitantes- todo el aporte fluvial retenido en los diques con miras a su redistribución artificial: los lechos post-oasis resultan así virtualmente secos. La lógica matemática es inflexible: a más hectáreas que cultivar y a más habitantes que satisfont-familyr, inevitablemente menor será- con tendencia a cero- la cantidad de agua sobrante de los oasis.
Por otro lado, los extensos y tupidos mantos boscosos que cubrían buena parte del territorio fueron sometidos a tala «tipo minero», esto es, a extracción sin reposición. Así lo exigía la demanda constante y creciente de leña para los habitantes de las ciudades en crecimiento y de postes para los viñedos en expansión. La normativa estatal que prohíbe la extracción de «leña verde» llegó tarde: el arrasamiento ya se había producido. En lo forestal, pues, el oasis fue también (como en lo hídrico) factor de desertización en los territorios extraoasis.
Por eso precisábamos más arriba que el desierto no es exactamente la Mendoza «natural» (hipotéticamente opuesta a la Mendoza «artificial» del riego y de las ciudades),sino una Mendoza en buena medida desnaturalizada- pero no por experimentar progreso sino por sufrir degradación.
Como en otros ámbitos de la naturaleza y de la vida, se da así una relación que de tan dialéctica deriva en resultados paradojales. No cabe duda de que cada hectárea agregada al oasis es una victoria del hombre sobre el desierto, que multiplica las posibilidades humanas de desarrollo. La paradoja está en que esa victoria sobre el desierto implica una desertificación mayor del territorio restante, en desmedro del hombre desertícola.
La conciencia del desierto está posibilitada por la creciente presencia de los oasis: posibilitada, pero no determinada. Precisamente la concentración demográfica en los oasis que disponen de todos los elementos de la vida moderna, hace que la mayoría de sus pobladores no perciban (como se señaló al principio) todos los alcances y dimensiones del entorno desértico del oasis que habitan.

Actividades económicas

Por lo expuesto hasta ahora sabemos que la principal actividad productiva del desierto es la ganadera, ésta es obviamente extensiva y está sujeta a prácticas laborales tradicionales de naturaleza artesanal. Su carácter extensivo está basado en el pastoreo » a campo abierto», en búsqueda de las pasturas necesarias para la alimentación animal. Predomina el ganado menor- el «chivito» se ha constituido en símbolo de vida puestera de Lavalle- pero hay áreas donde es también importante el ganado vacuno.

Dos puntos cruciales hay mencionar. Uno se refiere a la situación jurídica del puesto: extensas áreas de propiedad fiscal y no menos extensas zonas donde la propiedad de los títulos se superponen litigiosamente hacen que, en general (hay excepciones), el puestero sea un «ocupante precario», aún cuando su familia esté ubicada en ese lugar desde varias generaciones. El otro se refiere a la comercialización: el puestero comercializa sus productos a través del «camionero», que recorre el desierto comprando y vendiendo. La relación es marcadamente asimétrica: el camionero le compra al puestero el ganado (producto de oferta inelástica, ya que el animal tiene una edad límite para poder ser vendido) y le paga en parte con efectivo y en parte con trueque de productos de oferta elástica (yerba, azúcar, granos, harina, fideos, etc.). En consecuencia, el camionero tiene la posibilidad de imponer precios y condiciones.

El modo de vida puestero: El Puesto

Desde el punto de vista arquitectónico, el puesto está integrado por la casa- rancho más precisamente- de una o más piezas destinadas al dormitorio, y la cocina donde habitualmente también se come. El conjunto, o parte de él, está rodeado por una galería sostenida por gruesos troncos o, eventualmente, columnas de adobe. En algunos puestos la casa está dividida en dos partes separadas, pero unidas por un techo que hace de galería intermedia. Adobes, ramas secas o postes unidos por barro son el material de las paredes, y el techo se monta sobre troncos, apoyados en una solera, que sostienen ramas secas o cañas en abundancia, consolidadas e impermeabilizadas con el mismo tipo de barro con el que se hacen los adobes. Un pozo-balde puede estar ubicado cerca de la puerta de la entrada.

A los pocos metros están los corrales, construidos con ramas espinosas amontonadas o con troncos enterrados formando una cerrada hilera. Algunas veces se recurre a dos hileras paralelas de troncos espaciados: entre ambas se acumulan horizontalmente ramas espinosas secas. Suele haber más de un corral, para separar del resto del ganado a las hembras parturientas, a los mamones y a los animales enfermos. El corral más grande suele tener un pozo balde y el respectivo bebedero. Cuando el puesto dispone de un jagüel, este suele excavarse cerca pero separado de los corrales.

También se desarrollan algunas actividades peridomésticas para el autoconsumo de la familia puestera (aves de corral, vegetales «de vástago», etc.). Y con la misma finalidad originaria de autoconsumo pero también para su venta, se producen artesanías de lana tejida, cuero y junquillo.

Aspectos básicos de la sociabilidad puestera

Ya hemos señalado el aislamiento del desertícola, que lo predispone en alguna medida a la reserva en el trato inicial, pero que en definitiva genera una marcada tendencia a relacionarse y una notable hospitalidad para con el viajero, el vecino o el pariente que llega.

En cuanto a la distribución de los puestos, existen zonas donde la dispersión es mayor- cinco a diez kilómetros entre un puesto y otros, siguiendo las huellas- pero también es dable detectar mini-ámbitos de relativa concentración: no llegan a constituir pueblitos, ni aún caseríos, ya que carecen de todo lo que pueda parecerse a un trazado urbano. Se trata de lugares donde entre cinco o diez puestos están emplazados relativamente cerca entre sí- quinientos metros, un kilómetro- lo que justifica no sólo una denominación comunitaria sino también la presencia de algunas instituciones: la capilla del santo patrono, propia de la respectiva población; y una sala de primero auxilios, la escuela, un destacamento policial y/o una oficina de registro civil- todos organismos del Estado provincial.

Especial relevancia adquieren en este contexto las fiestas patronales. Así como en la «veranada» de Malargüe encontramos la Candelaria, y en la «invernada» San Antonio, las Cármenes y otras, de manera similar en Lavalle han proliferado los festejos al respectivo Santo patrono de cada lugar. En la época colonial las autoridades eclesiásticas de Cuyo instalaron, en lo que hoy es el departamento de Lavalle, tres «doctrinas»: nucleamientos indígenas en torno a una capilla a cargo de misioneros. Se trataba de la Virgen del Rosario, aledaña a la laguna de Huanacache; San Miguel Arcángel, en el extremo noroeste, y la Asunción de la Virgen, más cercana a la ciudad de Mendoza. Pero dado que con el tiempo cada población desertícola tendía a tener «su» propio santo patrono, con posterioridad se fueron erigiendo otras capillas. Surgieron así los cultos a San José Artesano, a San Isidro Labrador y a San Judas Tadeo.

Algunas de estas fiestas- sobre todo la de la Virgen del Rosario, también la de la Asunción, y más recientemente la de San Judas Tadeo- han adquirido fuerte popularidad fuera del contexto desértico. De esa forma gran cantidad de peregrinos y curiosos- no pocos ex-puesteros, o sus hijos, que de alguna forma expresan así la fidelidad a «sus pagos» o la añoranza de otras épocas- se trasladan desde los oasis hasta la respectiva capilla para participar de los festejos.

Entre las varias formas que se dan en Mendoza para enfrentar sin riego artificial el rigor y la hostilidad del desierto, encontramos las adoptadas por la población puestera de Lavalle. Quizás por tratarse de la subzona más castigada en materia de aridez- y la más desertificada por sobre-explotación- en cierta medida ha pasado a ser percibida como el desierto mendocino por antonomasia.

El Desierto de Lavalle

Como queda señalado, los recursos hídricos del desierto, por definición, resultan escasos y son, además, de baja calidad para el consumo humano aunque aptos para el mantenimiento del ganado. En consecuencia, el desertícola se ha visto y se ve motivado para buscar, a través de los medios que pragmáticamente le resultan viables en su situación concreta, el acceso a tales recursos y la forma de mejorarlos.
En algunos casos el puestero recurre a objetos exógenos, como por ejemplo, la canaleta perimetral, los tachos de lata y, más raramente, los caños surgentes.

Pero donde es dable encontrar llamativas muestras de creatividad y originalidad, es en los procedimientos endógenos y tradicionales para la obtención del agua de diverso origen. Estos se caracterizan por la recurrencia a la energía humana y animal, la autoconstrucción de accesos al agua adaptados a las realidades edáficas, al conocimiento empírico y práctico de las características geográficas locales, la creación (o combinación creativa) de mecanismos articulados en buena medida originales, y el uso de materiales y objetos preferente, aunque no exclusivamente, locales: una auténtica «ingeniería folklórica».

Los acuíferos superficiales pueden ser utilizados por los puesteros cercanos a ellos de dos maneras posibles. Cuando el río viene suficientemente colmado, una acequia o zanja construida con la sola ayuda de una pala o zapa permite llevar agua hasta el puesto. Y cuando el caudal de agua es lo suficientemente excesivo como para inundar partes de la costa, después de la bajante los paños anegados quedan disponibles- por humedad y fertilidad- para la siembra, en particular de granos.

En materia de almacenamiento de agua de lluvia, el procedimiento más utilizado es el llamado «ramblón»- una suerte de pequeña laguna de hechura humana. Se excava la tierra hasta uno o dos metros de profundidad, esto es, sin llegar a la napa freática.

La potabilización del agua allí retenida se logra con un viejo objeto de uso habitual en los ambientes agrarios: el «filtro de piedra», que gota a gota ofrece al hombre agua sin impurezas.

Las manifestaciones más originales de esta ingeniería folklórica son las del acceso a la napa freática: su cercanía a la superficie del suelo y su habitual abundancia hídrica, tienen el contrapeso de su alta salinidad, lo que la hace totalmente inviable para la ingesta humana, pero no para la higiene hogareña y personal ni para el consumo del ganado.

La modalidad más simple que se puede observar en algunos puestos, es la que se conoce como «pozo abierto». Se trata de una excavación relativamente pequeña, más o menos circular, que llega hasta la napa freática, y a la que tiene acceso irrestricto el ganado. Su dificultad consiste precisamente en que el pastor no puede poner orden en tal acceso, por lo que sólo resulta práctico para pequeñas cantidades de animales.

Cuando por la cantidad se impone un manejo ordenado del ganado, se construye una «aguada» o «jagüel», consiste en una excavación de gran tamaño que llega hasta la napa freática a través de un «rampa» con leve inclinación, excavada desde la superficie del suelo hasta donde se encuentra el agua, mientras las tres paredes restantes son verticales. La aguada está rodeada de un cerco lo suficientemente sólido como para impedir que entren o se caigan los animales. Estos sólo pueden acceder por una tranquera que en la parte superior de la rampa es controlada por el pastor, quien va haciendo ingresar al ganado por grupos, evitando amontonamiento y peleas entre los animales.

Procedimiento totalmente diferente es el «pozo-balde». Consiste en una excavación cuadrangular de uno a dos metros de lado cuyas paredes llegan verticalmente hasta la napa freática, revestida con troncos de quebracho o algarrobo que impiden su desmoronamiento.

A tales implementos puede agregarse la energía animal. En varios casos el extremo de la soga con la que se maneja el balde va atado a un equino: al acercarse éste al pozo, el balde baja hasta la napa freática y se llena de agua; al alejarse el animal, el balde sube hasta algo más arriba de la boca del pozo. Todo lo que entonces debe hacer el operador es inclinarlo hacia el bebedero aledaño o a una canaleta por donde el agua discurre hasta el bebedero.

Bibliografía

 Los presentes textos son un extracto de:- «Mendoza a través de su historia», Roig, Arturo; Lacoste, Pablo y Satlari, María Cristina, compiladores. Mendoza, 2004, Caviar Blue.

– «Mendoza: Economía y Cultura», Roig, Arturo; Lacoste, Pablo y Satlari, María Cristina, Compiladores.  Mendoza, 2004, Caviar Blue.

Copyright Editorial Caviar Blue

Fuente: Mendoza. Crónica de nuestra identidad. (2004).
Dirección General de Escuelas.
Entidad responsable de la publicación: Universidad Nacional de Cuyo. Centro de Información y Comunicación.